furor claudia masin
ayer leí esto en el bondi
me gusta ese viaje de medianoche
en el que descubro cosas
como que amo todo lo que me falta
por entenderte
El Pozo
Te estás yendo. Un punto diminuto en la distancia
que agita las manos, hasta que la desaparición, para la cual nadie
está preparado, te traga como un pozo cuya profundidad
no conozco. Probablemente no tenga fondo y en mis sueños
a partir de ahora, te vea siempre cayendo. No tuvimos una casa,
los objetos compartidos que son fuente de calor,
lo que permanece y en su permanencia nos serena, cimientos
y paredes y techo, el tronco de un árbol
que aunque dañado por los golpes del granizo,
ninguna tormenta alcanza derribar. No tuvimos nada
que no pudiera ser fácilmente arrasado
ni movido de su sitio, vivimos a la intemperie
como si el amor fuera puro viento y no una piedra
cayendo desde lo alto de un precipicio, compacta
y decidida, una piedra que siempre toma partido
por la tierra, por lo firme, que se resiste a quedar vagando
en el aire ni en el mar. Sabe que si no hay suelo debajo,
no hay quien descanse, ni quien construya un puente sobre el agua
para poder cruzar la otra orilla. ¿Una casa hubiera curado
nuestra herida? Es que creíamos que una casa era la herida misma,
los muros entre los cuales la fealdad crecía como una flor venenosa,
y soñábamos desde la infancia con un viaje que nos salvara, una isla
desconocida y cálida, el resguardo imaginario que hacía falta
para sobrevivir en el aislamiento de los ermitaños o los monjes.
No existía el ansia de la dicha, nunca existe cuando la principal
urgencia es escapar. Contra la propia fuerza de la vida
que impulsa a la reunión, contra la gracia que invariablemente
les espera a los que han sido demasiado heridos,
huimos una y otra vez como si el afecto humano fuera una amenaza,
una nueva lastimadura, desconocida esta vez y por eso
más peligrosa todavía, frente a la cual no sabríamos
de qué manera defendernos. Nada está solo. Y separarnos
los unos de los otros no nos da la soledad, más bien
nos acerca a los terrores del origen,
que van a acompañarnos de allí en más,
porque quien no construye su propia casa vuelve a las ruinas
de la que tuvo, como las bestias perseguidas y cansadas regresan
al lugar donde reconocen un tenue rastro de calor:
las brasas de la fogata que devastó el bosque en que nacieron,
las cenizas que aún siguen encendidas.
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